El camino de Sol, es la tercera película de la directora veracruzana Claudia Sainte-Luce, responsable de Los insólitos peces gato y La caja vacía y en ésta ocasión vuelve a la pantalla con una historia de corazones rotos, desesperanzados, de lucha contra la adversidad en momentos complejos.
A Christian, no le gusta que le llamen por su nombre, porque cree que es feo, prefiriendo que le digan Chris, Christy o Totis, ésta conversación toma lugar mientras su mamá, Sol, interpretada por Anajosé Aldrete, está frente al volante de su auto estacionado. La ligera neblina que rodea la escena, indica que el día apenas está iniciando. Pero a Chris no le importa, ya que sólo quiere llamar la atención de su papá, y lo logra, pero el encuentro termina en pleito. Mientras ellos arreglan sus diferencias en el coche, alguien se acerca misteriosamente, rodeando a Chris con sus brazos, lo abduce y lo sube a una camioneta. Todo se vuelve oscuro.
Con el secuestro de su hijo, el mundo de Sol se derrumba en segundos, pero es en esos momentos cuando Sol, como una buena madre, encuentra un camino que podría reencontrarla con Chris. Pero ese camino es el más torcido y el menos ortodoxo, pero en esa realidad tan asfixiante, llega un momento en el que Sol se aferra a ese pequeña luz de esperanza.
Con su mirada, Sol nos deja en claro que, a partir de ahora, nada está prohibido para ella. Especialmente cuando debe reunir una suma fuerte de dinero para pagar el rescate de su hijo y la única forma de hacerlo será secuestrar perros inocentes para cobrar su rescate.
El padre de Chris, interpretado por Armando Hernández se convierte en cualquier ser humano que en éste tipo de situaciones se paraliza. Recordándonos por que ha sido nominado al Ariel, se muestra como un hombre impotente e incapaz de ayudar a su expareja para hallar a su hijo. Con esa mezcla de sentimientos, poco a poco se desvanece y termina por apagarse ante la tragedia.
El camino de Sol triunfa en llenar a sus personajes de una vida alejada de lo idóneo y muy cercana a la realidad de la sociedad actual; seres fracturados con quienes podríamos compartir esa desesperanza. Es en esa lucha constante de salir adelante donde nosotros somos testigos de una historia que se nos queda dentro de nosotros.
La fotografía vibrante de Carlos Correa nos atrapa desde la pantalla mostrando la impotencia de Sol; ya sea con una pequeña veladora iluminándole el rostro, contemplándola desde lejos mientras pasa una noche en vela o cuando, oculta en su auto, le pone precio a la libertad de una mascota. En cada uno de estos momentos se descubre como la vitalidad se le escapa del cuerpo, especialmente cuando, a la par del problema más grande de su vida, descubre que no importa cuanta gente la rodee, ella se encuentra sola.
En ésta película de una hora y cuarto de duración, el tercer acto es una verdadera revelación de sentimientos entrelazados que nos deja con Sol despidiéndose de nosotros desde una ventana.
Por encima de ella corren los créditos finales, pero, entre esas letras somos capaces de ver a una madre que observa todo a su alrededor con la mirada vacía. Contemplando por segundos un mundo donde aparentemente no pasa nada pero, al mismo tiempo, es capaz de atrocidades y despojar a la gente de sus mayores alegrías.
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